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Conciliar vida familiar y laboral es complicado para la mayoría de progenitores. Muchos padres se sienten culpables al estar ausentes demasiado tiempo. Los horarios de niños y adultos son incompatibles y planificar el ocio juntos es casi misión imposible. Las obligaciones diarias y el trabajo absorben la mayor parte de nuestra jornada.

Al llegar el verano, los escolares tienen unas largas vacaciones por delante. Durante varias semanas tendrán libre todo el día. Sin embargo, los padres tienen, con suerte, solo un mes para disfrutar con ellos. Abuelos, campamentos o cuidadores son la solución más socorrida. Los niños suelen reclamar más atención en estas fechas. A los padres les invade un sentimiento de culpabilidad al no poder satisfacer esta demanda.

Sentirse culpable es frecuente en los padres. Sin embargo, conviene saber que éste es un sentimiento normal que no debe condicionar la vida cotidiana. La realidad es la que es y debemos estar preparados para asumirla sin conflictos internos. Lo que sí podemos hacer es organizarnos para distribuir el tiempo lo mejor posible.

Por qué muchos padres se sienten culpables

El sentimiento de culpabilidad es una emoción humana que todos hemos experimentado alguna vez a lo largo de nuestra vida. Puesto que nos hace sentirnos mal, la consideramos una emoción negativa.

Sin embargo, sentirse culpables no es en sí mismo algo negativo o positivo. Como emoción que es, el sentimiento de culpabilidad puede servir para facilitar el proceso adaptativo al entorno en el que vivimos.

Por lo general, nos sentimos culpables cuando creemos haber roto ciertas normas de índole personal, social, ético, religioso, sexual. El sentimiento de culpa puede aparecer tanto porque hacemos algo que creemos incorrecto como por no hacer lo que se supone que es nuestra obligación.

Muchos padres se sienten culpables porque piensan que no hacen lo que deberían hacer. Esta emoción puede responder a situaciones reales o imaginarias. Es decir, no siempre que unos padres no pasan tiempo con sus hijos se está produciendo una situación de abandono o de dejadez.

Este conflicto interno no resulta agradable. El sentimiento de culpabilidad puede conducir con facilidad a otros como la tristeza, la vergüenza, la autocompasión o los remordimientos. Esta mezcla de emociones se retroalimentan y complica su identificación y su superación positiva.

¿Es útil sentirse culpable?

El sentimiento de culpabilidad debería servir únicamente para el autoaprendizaje. Por ejemplo, si hemos causado un daño físico o emocional a nosotros mismos o a otra persona, sentirnos culpables nos ayuda a tratar de evitar que esa situación se repita. Éste es un aspecto positivo que tiene una función adaptativa.

El problema puede surgir cuando el sentimiento de culpa responde a una situación de la que no somos responsables. En el caso que nos ocupa, muchos padres se sienten culpables porque no pueden pasar más tiempo con sus hijos. Pero es que trabajan. Esto significa que no están haciendo algo mal. Pero tampoco se puede evitar.

Por tanto, en este tipo de situaciones sentirse culpable  no tiene la función adaptativa que comentamos, es decir, no es una emoción útil sino solo un conflicto interno difícil de superar. Es una emoción que nos hace sentirnos mal a causa de una realidad que no podemos cambiar.

En nuestra sociedad nos regimos por unas normas informales que nos dicen lo que está bien y lo que no, más allá de las leyes. La dedicación a los hijos, especialmente por parte de las madres, es una de esas normas. Cuando no podemos cumplir con dichas expectativas aparece un sentimiento de culpa que no responde a una transgresión real de dichas normas.

Ante esta situación, conviene aprender a gestionar el sentimiento de culpa analizando la realidad de forma crítica y racional. El objetivo es tratar de diferenciar la responsabilidad de la culpabilidad para reconducir nuestras emociones. Si la culpa está muy enquistada y resulta complicado gestionarla, un buen psicólogo puede darnos las herramientas que necesitamos.

Mejor calidad que cantidad

Nuestro modelo ideal de familia, impuesto por la sociedad, fomenta el que muchos padres se sienten culpables. En el caso de las madres, la sociedad tiende a asignarles el papel primordial en la educación de los hijos, por lo que se sienten más responsables de su bienestar. Los progenitores son conscientes de la necesidad que tienen sus hijos de disfrutar con ellos. Muchos padres se sienten culpables porque la realidad del trabajo y las obligaciones diarias muchas veces lo hace imposible.

Cuando aparece el sentimiento de culpa muchos padres reaccionan sobreprotegiendo a los hijos. Tratan de compensar la falta de tiempo cubriendo todas sus necesidades materiales. Los niños responden positivamente a los regalos y esto supone un alivio temporal de la culpa.

Sin embargo, lo que conviene hacer es hablar con los hijos y explicarles, de forma adaptada a su edad, la situación. Es muy positivo enseñarles el valor del esfuerzo y la importancia del trabajo. Para ello se les puede explicar que el trabajo sirve para pagar facturas, para que puedan tener ropa y juguetes, para irse de vacaciones…

Evidentemente, pasar tiempo con los padres aporta numerosos beneficios a los niños: se fortalecen los vínculos afectivos, se fomenta su desarrollo y mejora su autoestima. En cualquier caso, los expertos recomiendan cuidar más calidad que la cantidad de tiempo que se comparte con los hijos, evitando sentirse culpable.

La clave no está en pasar más o menos tiempo juntos sino que esos momentos sirvan para promover una buena comunicación y para fomentar la afectividad.

Cómo organizar el tiempo con nuestros hijos

El tiempo disponible es limitado. Ya que esto no se puede cambiar, lo mejor que podemos hacer es organizar bien nuestra agenda priorizando, delegando o aplazando las actividades según sea más conveniente. Algunas sugerencias que pueden funcionar son las siguientes:

  1. Buscar un hueco en la agenda diaria para compartir momentos de juego, ayudarles con los deberes o salir a algún sitio. Quizá para ello haya que renunciar a ver la televisión o desconectar el móvil.
  2. Hacer un trato con los hijos. Por ejemplo, si ellos hacen algo (ordenar su habitación, hacer los deberes, ponerse el pijama…), a cambio, los padres se comprometen a jugar a lo que los niños quieran. El objetivo es cambiar el tiempo que perdemos persiguiéndolos para que obedezcan por un tiempo positivo.
  3. Planificar con tiempo los fines de semana o las vacaciones organizando excursiones, salidas al parque o ver una película en casa.
  4. Dedicarles un tiempo, aunque sea breve, en exclusiva. Los momentos compartidos deben servir para trasmitir valores positivos, como la honestidad, la gratitud o la paciencia. No debemos olvidar que somos su modelo a seguir.
  5. Desconectar el móvil, los videojuegos y la tele para compartir una lectura adecuada a su edad fomenta hábitos de vida saludables.
  6. Aprender a delegar y a posponer para no sobrecargarnos de responsabilidades que nos impidan disfrutar de los hijos.

Tener un hijo puede aportar alegría a un hogar, incluso uniendo más a la pareja. Pero también nos exige una cierta dedicación en aras de un sano desarrollo emocional e intelectual del menor. Ahora bien, nuestros estilos de vida y el ritmo del día a día no nos lo ponen nada fácil. Por eso, es importante saber gestionar de la mejor manera posible todas las emociones que circundan a la paternidad y tratar de organizarnos de la mejor manera posible. Como ya dijimos, no se trata tanto de la cantidad sino más bien de la calidad. Dedicar tiempo a nuestros “pequeños tesoros” puede ser enriquecedor para ellos. Eso, sin duda. Pero también lo es para nosotros.

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